13-12-2012

el laberinto de los sueños


La culpa nos golpea en el rostro como el aleteo de un ave. Nos deja parapléjicamente atado observando todo lo que sucede frente a nosotros. La contemplación es un delirio, como el sueño   recurrente del que está despierto y no puede mover su cuerpo. Es un sentimiento de espanto como el grito: la imagen más silenciosa y castrada de la época moderna, el sinónimo irrenunciable de nuestra sociedad actual. Permítanme decir, con la cautela de los ruiseñores,  que nos encontramos inmersos, por causa de esta culpa,  en el jardín de los laberintos donde cada individuo busca la salida por si solo. Es un  jardín tupido, un bosque de pinos donde la luz del sol le resulta impenetrable llegar. Estamos a oscuras palpando el camino. En tiempo de verdades atomizadas, de sentimientos acongojados, de cabezas aniquiladas, de muertos que aún nos siguen penando, pareciera que seguimos dando vuelta en círculos, llegando al mismo lugar para tropezar con el mismo muro, que no es el de los lamentos, sino que el de la desesperanza que corroe la actividad reflexiva del sometimiento a nuevos ejercicios, a la praxis de nuevos paradigmas que busquen reorientar nuestro camino. 

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