Un hombre de mar
se acerca a la orilla
para ver el qué hacer del día a día,
para ver si se viste o no con su negro terno de neopreno.
Esta es su forma de relacionarse,
su forma de hacer política
con ese gran océano
tan impredecible y misterioso.
Es quizás la mar el signo onírico de la vida,
naturaleza y ser,
el signo poético de nuestros anhelos.
Es ahí, en ese lugar, en esa inmensidad
donde las metáforas toman realidad
porque representa la vida de muchas vidas.
Por eso el mar está bravío
después de la tormenta,
el oleaje lo dice
más allá de la tendida,
que es un espejismo para los buzos
que equivocan sus pronósticos.
Sin embargo, los buzos se arriesgan
cuando se introducen a la mar,
cuando bucean a resueño
buscando el preciado producto.
Pero, cuando la mar está como taza de leche,
cuando está muerta
todo es más fácil,
la mar entrega todos sus rincones a disposición.
Yo siempre he preferido el mar bravío,
el desempeño,
es ahí cuando el buzo aprende
de los momentos más difíciles.
Cuando el mar está bravío
es cuando el buzo necesita
de las algas
para afirmarse entregadamente
a toda corriente
que lo quiera maltratar.
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