22-04-2007

La mesa


Me acuerdo de esos momentos en que almorzaba, conversaba, estudiaba, prendía y veía el televisor, me aferraba en aquella mesa que cargaba todo el peso de mis brazos cansados de arduo trabajo. Aquella vio las expresiones de mi rostro ojeroso, en instantes o lapsos, como quiera llamarse, de esperanzas, penas, alegrías, de alcohol y cigarros que combinados bailaban en mi mano mientras la mesa cargaba, con dolor, mi pequeña fiesta.

Siempre invisible prestabas tu espalda en ritos de grandes banquetes, y la carga de mis alimentos, a servir, disminuía al tiempo que comenzamos a comer. Al final te sentías aliviada y sin presión.

Varias conversaciones tuve contigo mesa culpable. Mientras yo hablaba tú me gritabas y me apuntabas con tu pata, luego, un duro golpe acabo con la bulla intensa de esta discusión. En la noche te escuché pensar, no me preguntes como lo logré porque nada sé, pero no pude captar muy bien lo que dijiste, más menos anunciaste: ¡Dios mío! ¡Mesa diosa, sálvame de todas estas cargas que llevo en mi espalda, pesan tanto, más que esa fuente de carne asada que pusieron ese domingo cuando llego el Tío Julio a celebrar el día más de está semana! Lo pobre de mi trabajo es mi vida, si no tengo ninguna otra utilidad que el estar siempre quieta, estable, equilibrada y equilibrista para hacer ayuda a aquellas botellas que se balancean sobre mi espalda, jugando se ríen de mi condición paralítica y yo sufriendo por mi estado, decepción.

Casi nunca estoy feliz, han sido pocas las veces en la que he disfrutado de fiel manera, pero, en esos momentos, cuando tengo la oportunidad de tener una entretenida estadía en el living, me llevan allá para sostener vasos y cigarrillos, me sostengo de mi entretenida figura y comienzo a bailar tímidamente al vibrazón de la música. Es impresionante como bailo, si ustedes vieran como la pata trasera izquierda, esa que está justo en la esquina, se mueve, pero nadie me saca a bailar y aquello me entristece, un poco. Pero se olvida rápido, entonces, prefiero bailar y escuchar mi danza.

El otro día me sentí feliz porque a la mesa del patio, esa de quebrajosa leña y larga antigüedad, le han puesto un mantel de variados colores. Siento que, mi antiguo amigo, ha cambiado bastante su apariencia, y hasta podría decir de ser, ya que ahora saluda mirando de reojo, inclusive, a veces, no me ve o no me quisiera ver, pero en fin yo soy feliz viendo el mundo cambiar. El cambio permite una alianza de todos colores de este pequeño mundo, juntos hacen nacer la pureza de rostros cargados de dolor, nacen sonrisas, se llenan estómagos, el cielo se despeja, los ríos son cristalinos, el mar no tan espumoso, las aves con vuelos más placenteros, el ser humano camina con tranquilidad sin preocupación de aquel que le atenta.

Ahora me toman por las esquinas, creo que será para llevarme al comedor, a ese tan hediondo comedor con ilustración de olores. Si, ahora estoy en el comedor y mi dueño está hablando lo que siempre habla, sobre la endemoniada manera de poder tomar el mundo. Parecen políticos de la manera como hablan, acaso ustedes creen que yo soy mesa de campos pobres, así como aquellos que bajan el cerro. No soy lo que ustedes piensan, algún día descubrirán cual es mi rostro pálido que mira sobre todas sus personas, enanas. Mis aliados me dicen todo lo que destruirán sobre aquellos países que no se someten al empedernido del cincuenta estrellas, que juega. Cuando se vean todos consumiendo lo que nunca se iban a imaginar consumir, mirando desorbitadamente las imágenes que cubrirán sus pobres vidas, caminando por las calles que marcarán sus rectángulos oportunos, tú vida se sistematiza y te vuelves un robot racional guiado. El ciclo del poder humano se a acabado, enfermizos han de morir todos, verán sus vidas caer en pedazos mientras nuestras vidas florecen como aquellos campos verdes de primavera.

Mi decadente vida es causa de estas poderosas ideas, quiero ver un mundo libre bajo el dominio del inconsciente humano, mientras, nosotros las mesas, ponemos nuestras cuatro patas sobre la espalda de esos humanos que nos sometieron a la incapacidad de estar inmóvil pero con una utilidad constante. Ahora, y más adelante, seré recordado como un mártir por mis amistades cercanas que harán ahínco en mis ideales hasta el punto de escribir mi propia historia y pensamiento.

¡Oh! Se apagó la luz, el sueño nocturno debo conciliar y preparar, para ese mañana que nunca se atrapa, mi espalda de crónicos dolores lumbares para los festines sin sentido de esa raza éticamente utilizada, porque lo bueno y lo malo no tiene distinción en la estructura del estado moderno.

5 comentarios:

rocío dijo...

gran ensayo de las mesas..

mesas.. tan cochinas las pobres mesas.. tan lindas.. no creo que valga la pena nobmrar su utilidad..

Anónimo dijo...

muy lindo,se nota que te has inspirado.
te quiero mucho
tu maire

rocío dijo...

Bueno acá estoy con este estres post todo. y sería... la vida continua y vos igual!

escribes bello!


millones de besos!

Anónimo dijo...

Lindo
gracias!

Alberto Cecereu dijo...

En las mesas hay rituales. Las mesas son cómplices. Nosotros somos cómplices de la materialidad. Pero claro, eso nadie lo sabe.

Buen texto, bueno para conversar con una copa de vino. Con retoques sociales, y discursos pequeños de resistencia. Siempre ahí está, la esperanza. La esperanza del mundo en cambio.

Etiquetas

  • l (1)