Cuando todos se vallan a otro planeta
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como borracho en la taberna
y el niño a cablagar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciernagas a los bolsillos
o caminar a orilla de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
Teillier.
Un fiel recuerdo se hace permanente, el volver se hace inminente y las ganas de poder estar en otro lugar que no sea esta mierda de ciudad abunda cada rincón de mi espacio finito que es mi pieza. A veces el soñar con ese lugar me hace volver en calma pero el mirar por mi ventana agita mis neuronas con falta de aire pueblerino, con la falta de aquella tranquilidad que esto no puede lograr tener. Bien dice Teillier en la poesía que está arriba de mi cabeza, "caminaré sin prisa por las calles", donde aquello que se vuelve, en un verano tranquilo e intranquilo, mirese como quisiese, el problema habitual de mi honestidad con está ciudad que me pide pasos rápidos y yo como un loco miento con pasos suaves e intranquilos mi satisfacción, no verdadera, al caminar por sus redes sin fin alguno.
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